Siempre es de noche en Pyongyang. Pérdida y hallazgo

 





  La hoja en blanco es la antesala de la pérdida. Después de un tiempo en el que se ha ido fraguando el epicentro del libro, el poeta se sienta frente al papel y comienza a dejar una parte de sí, a modo de despedida quizás, pero con el adentro de querer dejar ir algo que le pertenece. Consciente de que en algún momento resultará doloroso, sigue elaborando un mapa emocional propio y ajeno que lo llevará por estados en los que en algún momento deseará no haber tenido la ocurrencia de iniciar todo el proceso. Una vez finalizada la obra, el poeta, se muestra lleno de vacío, ha depositado en esas páginas parte de su entramado emocional. Estamos delante de la pérdida más absoluta. Otras veces, el proceso inicial resultará ser un exorcismo de liberación en el que el poeta habrá culminado su proceso de sanación, ya sea por amor, despecho o por la necesidad de compartir memorias vitales traumáticas que al ver la luz inician el proceso de cicatrización, algo así como un ajuste de cuentas con uno mismo. En este segundo caso también estamos ante otra pérdida, de índole profiláctica, si eso es posible y creíble.  Estos son solo dos apuntes de un inicio de proceso creativo que forma parte de mi imaginario, los que siempre conducen a la pérdida, bien o mal entendida, pero pérdida al fin. 

  Cuando finaliza el proceso y el poeta está desposeído de la obra llega ese tiempo oscuro donde las dudas se adentran, donde comienza a aflorar la inquietud por el resultado, porque las pérdidas hay que llorarlas, con tristeza o con una sutil alegría, pero hay que inmiscuirse en un proceso digestivo para que no se te atoren. La metamorfosis de la obra se inicia en el momento en el que el libro cae en manos de la editorial, en el minucioso trabajo de la edición, en el ir y venir con la corrección, con los porqués, con las dudas bilaterales, con el nervio y la sed. Después de esos días en los que todo lo cuestionable te lastra llega el momento en el que te avisan de que el libro ya está en la calle, en la web y con suerte en alguna librería. Imagino ese instante siempre en un caminar solitario por una calle ancha, dando la espalda a todo, caminando hacía la nada y su horizonte, con las manos en los bolsillos, sintiendo la ligereza del que ondea una bandera blanca y pierde la cobardía hasta el inicio de la siguiente batalla. 

  En ese caminar hacía ninguna parte, el poeta ya solo aguarda la palabra, el hallazgo del que con suma generosidad ha apostado por esa cubierta o por un verso que ha llevado a su curiosidad a voluntad de sus ojos. Es cuando llega la emoción por el hallazgo de la pérdida del poeta, la del lector que se siente premiado. Ese hallazgo puede ser positivo o negativo, ya que en ocasiones, uno se siente atraído por un libro y la expectativa disminuye a medida que van pasando las páginas, en cualquier caso, esa es la anatomía primaria del hallazgo, o te gratifica o te abomina.

  Llegados a este punto y asumiendo las divergencias que cada uno de los que se acerquen puedan manifestar,  tengo que decir que en Siempre es de noche en Pyongyang, publicado por Huso Editorial, hay mucho de pérdida liberadora y mucho de hallazgo gratificante. 

  La escritura de este poemario fue un proceso arduo, con muchos matices y dudas ya que inicialmente el temor por la metáfora del título llenó muchos de los meses en los que estuve inmersa en el proceso. Finalmente pude sacudir esa sensación y la convicción cada vez más intensa hizo que la columna vertebral fuese vibrante y fértil. Con la perspectiva que me brinda el tiempo de su publicación puedo decir ahora que ha sido una pérdida gratificante y muy rica en hallazgos. Medio año después de que viese la luz siento que el peldaño está subido y que en esa elevación casi imperceptible me ha otorgado la reconciliación con la orfandad del que todo lo pierde.

  Este es un poemario que no pretende alcanzar ningún Olimpo, tampoco quiere comparar ni establecer paralelismos con otras voces. Es algo mínimo, de luz baja y con unos márgenes poblados de horizontes donde lo minúsculo camina en la búsqueda de los mapas personales, en el mirar en el espejo de lo símil, sin ayuda. Es un dejarse llevar constante, idas y venidas por un lugar imaginado donde convergen emociones que adornan al ser humano, hay que lidiar con ellas, ya sea en ese lugar u otro, pero hay que llenar de valentía los ojos para que sean ellos los que nos conduzcan al entramado vital que unos llaman alma y otros ser. 


"A veces uno se queda en los intentos,

y ahí vive..."    


Montse Ordóñez

 



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